¡La cosa es calmada!

De esas veces en que la mente está pensando en todo y nada, suele suceder que sin más comienza a establecer vínculos entre los diferentes episodios cotidianos que, debido a lo ajetreado de la vida diaria, nos pasan desapercibidos en el momento.
Así fue como saltó a mi mente una frase escuchada dos veces en ocasiones y situaciones poco similares: “Esto es poco a poco, tu tranquilo”. A decir verdad me extrañó la rápida asociación que hizo la mente al respecto, seguidamente de la gracia que me causó la habilidad del cerebro para ponerse a pensar cuando está de ocioso.
Sin embargo, llegué a la conclusión que esa es una certeza irrefutable de esta vida. La misma nos enseña que para poder caminar, primero es necesario gatear, para poder hablar, es forzoso balbucear. ¡Ah! Pero también he llegado a pensar que no hay ser vivo más necio en este mundo que el ser humano, cuando somos jóvenes, queremos crecer, cuando somos viejos, queremos sentirnos jóvenes, y cuando se nos cumplen los deseos, maldecimos el momento que los formulamos, ¿quién nos entiende?

Maldita tecnología ¬¬

Definitivamente estos últimos días no han sido lo mío con la tecnología. Sin lugar a dudas es una ayuda enorme la que proporciona al ser humano en su vida en general, la cotidianidad actual sería casi imposible de pensar o ser llevadera sin estar impregnada de la tecnología que hace posible estar casi presente en todos los lugares.
Sin embargo, así como la tecnología ha sido benéfica en muchos aspectos de la vida actual, es innegable que tiene un sinfín de contras, comenzando por el hecho de que cuando nos falla, pareciera que el mundo se nos viene encima. Podríamos simplemente darle “restaurar opciones predeterminadas” pero sin remedio perderíamos mucha de la información que ahí tenemos guardada.
Son las cosas de la vida, antes, lo más común era saberse el número de teléfono de amigos y familiares de memoria, incluso algunos no tan relevantes, o en su defecto, para aquellos de mala memoria, incluso pésima como la mía, lo normal era una agenda telefónica que nunca faltaba junto con la cartera. Llegaron los celulares con agenda telefónica y al ver la facilidad con que se guardaban los números, dejamos de preocuparnos por tener un respaldo o sencillamente recordarlos.
Pero ¡oh sorpresa! Cuándo decides actualizar el software de tu celular, este no avisa que todos tus contactos, mensajes, imágenes y temas para el mismo, habrán de desaparecer. Una vez superado el episodio, decidido a ya no pensar más en todos los mensajes “perdidos”, resulta que conectarse a internet es imposible bajo cualquier esquema, llanamente dice que la “conexión no está disponible”.
No es que viva atado al mundo cibernético, porque sinceramente prefiero el contacto personal y el aire libre, pero ¡qué desastre resulta todo cuando es imposible mantenerse comunicado!

Subidas y bajadas.

Ya lo decía mi querida, sacrosanta y experimentada abuela: <<esta vida es como una rueda de la fortuna, a veces estás arriba y otras abajo>>, nada más acertado y terriblemente oportuno en cada ocasión de la vida; y cobra aun mayor sentido cuando de regresar a las labores cotidianas se trata.
Es una realidad que el ser humano se acostumbra tan rápido a las cosas buenas de la vida, que cuando estas llegan a desaparecer, por planeado o intempestivo que sea, pareciera que perdemos la brújula, sencillamente no nos hayamos a gusto y todo ayer nos parece mejor e inigualable. Es justo en esos momentos en que la vida no tiene mejor sentido figurado que una rueda de la fortuna.
Pareciera que la apatía nos embarga, el desgano imprime su sello en nuestras actividades diarias, y para colmo, nuestros descuidos se acentúan, causándonos problemas tanto sociables como laborales, ¿Quién estaría dispuesto a soportar una persona así? Nosotros mismos diríamos la misma respuesta: nadie.
Terrible y cruel realidad, el mundo no se detiene a esperar que nuestro estado de anime mejore, sencillamente, continua su inexorable curso. Mientras uno anda pensativo, meditabundo, devanándose los sesos, las personas a nuestro alrededor tienen una agenda con la que seguir y aunque nos lleguen a comprender, no compartirán nuestro estado de ánimo, a lo sumo, nos darán nuestro espacio personal, evitando molestarnos, seguros de que se nos pasara.
Y así podemos pasarnos el día, las semanas e incluso los meses, ensimismados en nosotros mismos, que ni cuenta nos damos de cuanto nos vamos aislando de las personas, hasta que de pronto despertamos y nos encontramos con una realidad algo diferente, cambiada, novedosa e incluso hasta extraña para nosotros, la vida de los demás ha seguido su curso.
Todos tenemos nuestros malos días, situaciones que nos ponen en un estado de ánimo un tanto hosco, hostil, cerrado y casi siempre apático, sin embargo, es necesario no perder la cabeza fría, darnos cuenta de las verdaderas dimensiones de la tormenta que estamos creando y lo más importante, que nunca volveremos a ser tan jóvenes como hoy y que la vida debe disfrutarse. Cosas difíciles, que no imposibles, pero que suelen ser más llevaderas, si contamos con una sonrisa que nos contagie su alegría y una mirada llena de vida que nos incite a disfrutar de nuestro hoy.   

Tu y yo contra el mundo.

Cuando la vida nos muestra un día su mala cara, pues nos aguantamos, pero Dios nos agarre confesados si no se trata de solo un día sino de una racha en que nada mas no vemos la salida, o en términos literales, nos llueve sobre mojado y hasta con tormentas eléctricas de alto voltaje.
Sin lugar a dudas nuestro estado emocional se resiente, el físico se llega a deteriorar y simplemente no logramos comprender el por qué de tanta saña del destino, lo que antes era bonanza y alegría, hoy nos encontramos en franca decadencia.
Los cambios dicen que siempre son buenos, y cuando son planificados mucho mejor, pero cuando se trata de cambios bruscos, golpes de timón, muchas veces imprevistos por nosotros, nuestro mástil principal del barco se quiebra, con la consecuente pérdida de estabilidad y equilibrio.
Ver la vida como una travesía en altamar puede ser la mejor manera de explicar ciertas cosas. Siempre nos mantenemos en movimiento constante, aunque no lo percibamos tan fácil, a veces el mar es tranquilo, con un oleaje suave y vientos favorables, pero nunca faltan los nubarrones, a veces ligeros que solo asustan pero se disuelven enseguida, hasta los grandes cúmulos que embravecen el mar, obscureciendo todo y poniendo a prueba nuestra resistencia ante el embate de las olas, que parecieran deseosas de tragarnos.
Es en esos momentos en que podemos hacer un recuento de la selecta tripulación que nos acompaña en nuestra travesía, sopesar sus consejos y sin duda, solicitar su ayuda ante la tempestad. Innegable es que nos la brindaran, pero existe una que es primordial y definitoria en la preservación de nuestra persona: nosotros mismos.
Al menos en teoría, uno se conoce, sabemos de lo que somos capaces, somos realistas y pocas veces tiene caso mentirnos, ¿Como engañar a la misma persona que sabe de que es un engaño? Es poco verosímil.
Es una realidad que en los peores momentos de nuestra vida podemos contar con alguien que sin duda será de gran apoyo y soporte para resistir los embates del viento y del mar: uno mismo. Por ello, no nos quepa duda, de que cuando más apurados estemos, más necesitados de soporte, contamos con nuestra confianza, nuestra perseverancia, nuestro orgullo y lo más importante, nuestro sentido común, el que nos posibilitara no alejarnos de la realidad y mantener todo en su justa dimensión de las cosas, dándonos el impulso para hoy poder gritar a los cuatro vientos: Tu y yo contra el mundo.

¡Miércoles!

Sencillamente hay semanas que no ayudan en la vida de uno. Se inicia con la preparación mental del domingo por la noche de que el día siguiente es lunes y por ende comienzan un sinfín de actividades, recuento de pendientes, agendar otras tantas, etc., etc.
 Pero ¡oh sorpresa!, llega el lunes y definitivamente no comienza bien. Tráfico hasta por debajo de las alcantarillas, gente mal y de malas, se te hace tarde, el trabajo nada más no fluye como quisieras y aunado a eso, el mundo se deshace en mil pedazos allende los mares. Podría pensarse que la tarde puede ser más benévola, pero nada, más aburrida y parca que la foto de Chopin en su lecho de muerte.
Llega el martes, ese día en que todo mundo decide que debe ir a trabajar después de hacer “San Lunes”. La historia parece repetirse, ahora no solo hay tráfico por debajo de las alcantarillas, ¡hay hasta en el estacionamiento de la casa!, por increíble que ello parezca. Los pendientes se acumulan, agendar citas para la próxima semana continua y las labores no cesan. Sin embargo, por aras del destino, el jefe ha salido de la oficina, eso aminora la presión del trabajo.
La tarde no es tan mala, viento fresco, olor a humedad, una rica comida y tomarse una siesta no está de más, todo sea para soportar el siguiente traslado al otro extremo de la ciudad, toparse con tráfico y sentir que andas perdido mientras los otros autos llevan prisa. Todo se soluciona, llegas a tiempo, una buena sesión y al final, regresas sin mayores problemas a casa, parece que fue un buen martes.
Y así, llegó el tan anhelado miércoles, mitad de semana, mitad de mes, el justo punto intermedio entre el lunes de trabajo y el viernes de antesala al fin de semana. Buena mañana, se te hace tarde pero no hay tráfico, te tomas un respiro y ya estás en la oficina. Suerte o destino, el jefe no ha ido a la oficina y no lo hará en todo el día, momento perfecto para hacer balance de los pendientes, si urgen o no, y finalmente decidir que te mereces un desayuno en forma.
La tarde no puede ser mejor, has salido temprano de la oficina, terminas tus pendientes domésticos a tiempo y decides irte a pasear, hay buen clima, poca gente en las calles, hoy tienes ganas de pensar en todo y nada, y llegas a la conclusión de que apenas es miércoles, pero por esta vez, ya estás una vez más del otro lado.

Cuando la suerte no sonríe.


No se puede ocultar el hecho innegable de que cuando no se cree en la religión o en el destino se voltea la cara hacia la suerte y viceversa. Es lo que podríamos llamar, en muchos sentidos, un acto reflejo, ya que es la primera, o de las primeras, reacciones que se suele poner ante los hechos de la vida. Tal vez sea por una cuestión de defensa, siempre ha sido más sencillo responsabilizar a alguien o a algo más de aquellas cuestiones que no nos favorecen, o incluso, a aquellas cuestiones de la vida cotidiana que sencillamente no comprendemos por qué nos suceden.
Esa creencia en que la vida es como una moneda siempre en el aire, nos da un margen bastante amplio para ver a quien se le puede cuestionar sobre lo que nos pasa, si a la suerte o al destino. Suele suceder que a veces confiamos tanto en la buena estrella, o al menos queremos creer, que el destino es tan solo un punto final elegante para los capítulos de nuestra vida.
Sin duda suerte y destino pueden ir de la mano, sea para bien o para mal, pero existe una tercera variable que pocas veces nos realizamos que existe: nuestras acciones, aquellas que realizamos con el fin de obtener nuestro objetivo.
No dudo que exista gente con una gran estrella en su vida, donde la suerte juegue siempre o casi siempre a su favor, haga las cosas bien o mal, pero es una realidad que son pocas las que pueden alardear de tal cuestión, a la gran mayoría no nos queda más que confiar en nuestro destino más que en la suerte, por la simple cuestión de que esta no siempre nos sonríe como uno quisiera.

Redimido y reformado, indudablemente he vivido.

Tener una muesca más en la tabla de la vida me hace recapitular las ya existentes, todas y cada una, ahí están, con su valor y significado de antaño, encerrando un microcosmos que me transporta a tiempos pasados, épocas doradas de ensueños y fantasías, donde abundan más personas que hechos, donde el tiempo parece haberse detenido y por momentos reviven esas escenas del pasado.
Como los antiguos aztecas, comienzo a elaborar mi atado de años, un ciclo se acerca a su fin, uno nuevo se aproxima, tan veloz que ni lo he visto venir. Así se me fueron los días, las semanas y los años, uno tras otro. Pareciera que fue ayer cuando movido por la curiosidad inocente e inaudita de cualquier chiquillo, corría por la casa de los abuelos, disfrutaba explorando los rincones del jardín, examinaba insectos y mi imaginación era mi infalible compañera.
Ha llegado el punto en el que es necesario comenzar a ver hacia atrás, examinar el camino andado y recopilar las experiencias vividas, buenas, malas o pésimas, tomarnos el tiempo de rememorar y analizar, ver todo lo que hemos sorteado en el trayecto, a las personas que nos han hecho más fácil el camino y darnos cuenta de lo lejos que hemos llegado.
No es fácil ni mucho menos sencillo, tener que lidiar no solo contra los malos recuerdos, sino también contra los sueños extraviados, afrontar las metas olvidadas y darnos cuenta de las expectativas frustradas, pero lo gratificante es cuando cada situación, cada hecho estuvo marcado por una persona trascendente, y que por el simple hecho de haber estado ahí, nos permite recordarla y esbozar una sonrisa.       
He comenzado a comprender que el tiempo no se compone de segundos o minutos, sino más bien se compone de historias, las cuales están hechas de personas, las cuales, al final, lo que nos dejan son bellos momentos y recuerdos.
Aferrarnos a la idea de que nada es mejor que nuestro ayer o nuestro hoy, pocas buenas cosas nos traerá, por eso hoy, redimido y reformado después de un sinfín de dramas y traumas, me permito llamar a cuentas a mi reservorio de pensamientos, tabernáculo de grandes pasiones y difusas emociones, que me hagan patente un hecho indudable, he vivido y deseo vivir más.

Hay que saber perder.


Dicen que la vida es una perra, porque si fuera entonces, fácil sería. Al menos esta visión de la existencia se ha puesto de manifiesto entre la juventud que abarrota las redes sociales, un tono bastante irónico y un tanto jovial, pero que en términos reales, tienen razón, la vida es así.
Muchas veces nos hemos quejado de las dificultades y obstáculos que aparecen a lo largo de nuestra vida, quejándonos siempre de lo difícil que es alcanzar nuestra meta. Si bien consideramos que no somos los únicos que deseamos llegar a esa meta, sino que nuestros intereses son paralelos al de alguien más, debemos de antemano entender que nos espera una muy segura confrontación, puede que sea sumamente hostil o, por el contrario, un encuentro de lo más cortés.
La lidia tiene lugar en todo momento, desde pequeños el ser humano está en constante combate por aquello que le interesa y que ve amenazado cuando alguien más hace acto de presencia en su espacio, es entonces cuando se comienza a desarrollar ese sentido de desafío, de lucha por aquello que nos interesa.
Otras tantas veces hemos escuchado decir, y hasta nosotros lo hemos deseado, que ojala consiga todo lo que espera de esta vida. Nada más errático, porque si todo ser humano consiguiera lo que desea o espera de la vida, en que gran embrollo nos estaríamos metiendo.
Esto es fácil de entender en el ámbito, académico, familiar, laboral y hasta entre el social, ya no hablemos del aspecto amoroso, porque ahí si damas y señores, muy seguramente no será una lucha abierta y honesta, ya bien lo dice el proverbio de que “en la guerra y en el amor, todo se vale”.
La sapiencia popular, tan añeja y tan sabia como casi siempre, bien dice que “la victoria es de todos, pero la derrota es huérfana”. Podemos demostrar nuestras mejores capacidades en el combate, aferrarnos con uñas y dientes, utilizar al máximo nuestro sentido de ataque y defensa, y aun así, la victoria no está asegurada. Podríamos entrar en términos de probabilidades, pero no es eso lo que nos atañe ahora, y mucho menos porque todos somos conocedores de que lo que puede inclinar la balanza a favor o en contra nuestra no siempre está en nuestras manos, los factores externos son vastos y, queriendo o sin ello, determinantes muchas veces.
Aceptar una derrota es difícil, complicado, e incluso, una tarea que requiere ardua capacidad de convencimiento personal, más aun cuando el orgullo subyuga al sentido común y a la conciencia. Sin embargo, no queda de otra, puede que haya sido una lid poco favorable a nosotros, llena de trampas y contrasentidos, donde de antemano haya estado perdida la partida y se ha haya depositado un exceso de confianza en el juez, no queda más remedio, hay que saber perder.
Dicen que como buenos caballeros se debe aceptar una derrota, se haya peleado bien o mal, el contrincante fue superior a nosotros y por ende, es merecedor de aquello que veíamos como nuestro. Tal vez la esencia de ese rezo popular resida en otro, más popular aun, “los caballeros no tenemos memoria”, lo perdido las arenas del tiempo lo cubrirán.

Todo en su justa dimensión de las cosas.

No cabe duda que existen momentos en que el deseo de un ser humano puede llegar a ser el motor principal de su existencia o de su razón de actuar, en otras palabras, su motivación.
Hace poco escuchaba una frase en una película donde decían que la primera y más importante razón de todo ser humano para vivir es la de amar o ser amado, si no es posible hallar tal cuestión, entonces se le ha de dar una esperanza, pero si en el peor de los casos somos incapaces de hacer tal cosa, sencillamente démosle algo que hacer.
En resumidas cuentas, el tener una motivación, real o potencial, es lo que muchas veces nos permite afrontar cualquier situación u obstáculo con el fin de alcanzar nuestra meta, ficticia o verdadera.
Mantener nuestra mente ocupada, a mi parecer, es una de las mejores soluciones para no preocuparnos por nimiedades de esta vida, tan solo hagamos las cosas bien, disfrutémoslas si es posible y no nos preocupemos mas allá de lo razonable. Claro está, por otro lado, que esto no implica caer en la apatía e indiferencia total, volviéndonos unos autómatas. La cuestión que planteo va más allá, y lo resumo en dos viejos proverbios: No te ahogues en un vaso de agua y, Si tu problema tiene solución, ¿De qué te preocupas? Y si no tiene solución, ¿De qué te preocupas?