"Te lo digo, con el corazón en la mano".

En boca cerrada no entran moscas... frase más escuchada y parafraseada por nuestros abuelos, padres e incluso amigos. Ese afán nuestro de callar cuando tenemos tanto que decir es, sinceramente, incomprensible para mí.
Tal vez sea ahí donde resida su razón de ser, en la incomprensión, al no tener la certeza de que seremos entendidos, o por lo menos, escuchados.
Pero una cosa me lleva a otra. Si se argumenta que el ser humano por naturaleza es social, entonces, ¿Por qué calla cuando tiene algo que decir?
Estaríamos hablando de una seria contraposición de conceptos entre el ser humano social, que no puede estar aislado, pero que se calla todo aquello que piensa, percibe y siente.
Tal contradicción, de considerarla cierta o mínimamente afirmativa, nos explicaría en gran medida el porqué es tan difícil la comprensión entre los seres humanos. Si el hablante calla, el interlocutor no lo escucha, y por tanto, el sistema del habla es inexistente.
He comenzado a creer que es un hábito del ser humano, callar por temor y ante la certeza de que nadie, ni la persona más interesada y esperanzada en escuchar lo que realmente pensamos y sentimos, será capaz de comprendernos.
Esta relación de hablante y oyente, y viceversa, ha quedado claro que resulta sustancial en cualquier tipo de relación, porque de  malentendidos y explicaciones está lleno el camino del entendimiento.
El callar cuando se tiene tanto que decir, indudablemente nos llevara a los "hubiera", esa partícula tan fenomenal que nos hace fantasear por unos segundos con nuestro futuro si hubiéramos actuado o dicho una sola idea sobre lo que realmente queríamos.
Nadie dijo que la vida fuera fácil, eso de antemano lo sabemos todos, pero también hay una certeza que todo ser humano sabe, aunque no a todos les guste pensar en ella, vida solo hay una, y como tal, se debe vivir. Arriesgarnos e ir mas allá de nuestros pensamientos, enseñarles la puerta del lenguaje y mucho mejor aun, transformarlas en acciones.
De antemano llevamos perdida la partida, pero la fuerza de las ideas, la sinceridad de nuestras palabras, puede hacer cambiar el viento a nuestro favor. Solo necesitamos ser claros, precisos y concretos, aun cuando de sentimientos hablemos, ya lo dice el dicho "Te lo digo, con el corazón en la mano".

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