Definitivamente, ¡que no falten mañanitas, pasteles y velitas!

No cabe duda, de que así como uno se puede encontrar un día con ciertos elementos que vayan en detrimento de nuestra moral, sea por azar o por destino, al siguiente uno encuentra situaciones mucho más reconfortantes y, por ende, mejores.

Ahora me permito reproducirles casi integro un articulo sobre la UNAM, sí, nuevamente sobre sus 100 años de vida. He escuchado desde los festejos del Bicentenario de la Gesta Independentista que "sí, los festejos han sido 'maravillosos' pero ¿y?". Pues bien, en ese contexto enmarcó los textos de la semana, la reflexión que sigue a los 100 años de la UNAM, la cual no está ajena a diversas situaciones problemáticas, carencias, deficits, y muchos etc etc etc....

Gaudeamus igitur
Marcelino Perelló

Mamá, el Alma Mater, el Alma Máter por antonomasia, la Universidad Nacional, nació, fue fundada, el 22 de septiembre de 1910, por el insigne Justo Sierra, bajo la égida del entonces salvador de la patria y Presidente de México, después tirano aborrecible, y hoy quién sabe qué, Porfirio Díaz. No sospechaban o sí que se encontraban bajo el dintel del gran maremágnum.
La Universidad, siempre la misma y siempre otra, tiene y celebra tres aniversarios distintos: uno como Real y Pontificia, que acaba de cumplir 450 años, la Nacional, de la que conmemoramos ahora su primer siglo, y la Nacional Autónoma, que hace un año cumplió los ochenta. Que mañanitas, pasteles y velitas no nos falten.
Esa historia de "Universidad Nacional" nunca me había hecho demasiada gracia. Lo he dicho y escrito en más de una ocasión, recio y quedito. En los países con tradición cultural y académica más alta y robusta que la nuestra, las "universidades nacionales" no existen.
Existe la Universidad de Stanford, y la de Cambridge. La de París y la de Uppsala. La de Barcelona, la de Lisboa o la de Roma. Pero no, de ninguna manera, la Universidad Nacional de Estados Unidos, del Reino Unido o de Francia. Hasta ridículo suena.
O séase. Lo de LA UNIVERSIDAD, frente a las otras pobres universidades -pobres las públicas por una razón, y pobres las privadas, por otra- me sonaba escaso, marginal y atrasado. Cómo le diré yo, sin que nadie se me ofenda -o aunque se me ofenda uno que otro, al cabo y qué-, me suena medio colonial. Me sonaba, quiero decir.
Pero de repente entendí. Como se entienden todas las cosas importantes: de repente. Con la vejez lo entendí. Cuando se entienden todas las cosas importantes. Aunque esta vez se me ofendan los jóvenes. No hay fijón. Es de jóvenes ofenderse. Pero no me vengan con Mozart, Gauss o Messi. O con el Capitán de quince años, de Verne. Esos son garbanzos de a libra. Y como todos sabemos, al menos como todos los viejos sabemos, los garbanzos de a libra no existen. No mamemos.
Y entendí que la UNAM es una institución sui generis, única en el mundo. No por su tamaño, por sus casi 350 mil estudiantes, más de 30 mil profesores y otros tantos empleados, no por sus campi, más de 40, entre los cuales destaca -¡y cómo no!- Ceú, al punto de que no son pocos los que confunden una cosa con otra. Craso error.
Con todo lo que representa el espacio mágico incrustado en el desierto del Xitle, la Universidad es más, mucho más que eso. La UNAM no es una dimensión física ni arquitectónica ni es una fábrica de profesionistas o un taller de conocimientos. La UNAM es la conciencia y el inconsciente colectivos, de nuestro país, y -así como lo propone, de manera un poco atrevida, el mapa en su escudo-, de toda una cultura, de todo un semicontinente, de todo un semimundo.
Tenemos estudios en 108 disciplinas del conocimiento, 39 institutos de investigación, equipos deportivos de primer nivel en 17 disciplinas distintas, 11 museos, una orquesta sinfónica, con todo y coro, que suena como los dioses, dos buques oceanográficos y dos premios Nobel y medio. También teníamos un satélite pero se nos cayó. Pinches rusos. La Universidad Nacional es magnífica. Y con eso, si las palabras no se desgastaran, lo habría dicho todo. Magnífico: de una grandiosidad majestuosa.
La UNAM, ¡ay!, no atraviesa su prime, sus mejores años. La atmósfera reinante no la favorece. Y la huelga del 99 fue una puñalada trapera. Quedó mal herida. No porque sí sus últimos dos rectores han sido médicos. Sanadores expertos ambos, en el sentido propio y alegórico de la palabra. En pocas palabras: sin la UNAM México no sería lo que es ni prometería lo que promete.
Como la Mamá de Saura, la Universidad estructura nuestra sociedad. Privilegio invaluable. Es el espléndido, insubstituible, contraste, testigo y contrapeso del poder. Gaudeamus.
  

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