El mundo no se acaba aquí (I)

La evolución del hombre, con todas las implicaciones tecnológicas que ha conllevado, ha repercutido enormemente en su forma de ser, de pensar y de actuar.

Podríamos decir que desde los inicios de la Revolución industrial, las mejoras y adelantos tecnológicos no se han detenido. Algunos seccionan dicho desarrollo y adelanto tecnológico en olas, lo cual es creíble y hasta cierto punto, desde el ángulo metodológico, sumamente benéfico.

Dichos adelantes e inventos científicos han tenido como meta principal, mejorar la calidad de vida del ser humano, hacer de determinadas tareas y actividades un paseo por las nubes, digámoslo así. Pero la realidad es que se ha abusado enormemente de dichos avances,  socavando y minimizando la capacidad física y mental del ser humano para pensar y actuar, tomando decisiones bajo el esquema racional planteado por los antiguos filósofos griegos.

Un hecho muy claro y que hoy día es muy sencillo de encontrar son los jóvenes, o hablemos de un rango de edad aproximado entre 15 y 30 años. Esta población, o la gran parte de ella no es capaz o no quiere creer en muchos antiguos dogmas, sea la religión o las tradiciones, lo cual no es condenable, en absoluto, el problema radica en que ahora no creen en nada.

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