Dicen que la vida es una perra, porque si fuera entonces, fácil sería. Al menos esta visión de la existencia se ha puesto de manifiesto entre la juventud que abarrota las redes sociales, un tono bastante irónico y un tanto jovial, pero que en términos reales, tienen razón, la vida es así.
Muchas veces nos hemos quejado de las dificultades y obstáculos que aparecen a lo largo de nuestra vida, quejándonos siempre de lo difícil que es alcanzar nuestra meta. Si bien consideramos que no somos los únicos que deseamos llegar a esa meta, sino que nuestros intereses son paralelos al de alguien más, debemos de antemano entender que nos espera una muy segura confrontación, puede que sea sumamente hostil o, por el contrario, un encuentro de lo más cortés.
La lidia tiene lugar en todo momento, desde pequeños el ser humano está en constante combate por aquello que le interesa y que ve amenazado cuando alguien más hace acto de presencia en su espacio, es entonces cuando se comienza a desarrollar ese sentido de desafío, de lucha por aquello que nos interesa.
Otras tantas veces hemos escuchado decir, y hasta nosotros lo hemos deseado, que ojala consiga todo lo que espera de esta vida. Nada más errático, porque si todo ser humano consiguiera lo que desea o espera de la vida, en que gran embrollo nos estaríamos metiendo.
Esto es fácil de entender en el ámbito, académico, familiar, laboral y hasta entre el social, ya no hablemos del aspecto amoroso, porque ahí si damas y señores, muy seguramente no será una lucha abierta y honesta, ya bien lo dice el proverbio de que “en la guerra y en el amor, todo se vale”.
La sapiencia popular, tan añeja y tan sabia como casi siempre, bien dice que “la victoria es de todos, pero la derrota es huérfana”. Podemos demostrar nuestras mejores capacidades en el combate, aferrarnos con uñas y dientes, utilizar al máximo nuestro sentido de ataque y defensa, y aun así, la victoria no está asegurada. Podríamos entrar en términos de probabilidades, pero no es eso lo que nos atañe ahora, y mucho menos porque todos somos conocedores de que lo que puede inclinar la balanza a favor o en contra nuestra no siempre está en nuestras manos, los factores externos son vastos y, queriendo o sin ello, determinantes muchas veces.
Aceptar una derrota es difícil, complicado, e incluso, una tarea que requiere ardua capacidad de convencimiento personal, más aun cuando el orgullo subyuga al sentido común y a la conciencia. Sin embargo, no queda de otra, puede que haya sido una lid poco favorable a nosotros, llena de trampas y contrasentidos, donde de antemano haya estado perdida la partida y se ha haya depositado un exceso de confianza en el juez, no queda más remedio, hay que saber perder.
Dicen que como buenos caballeros se debe aceptar una derrota, se haya peleado bien o mal, el contrincante fue superior a nosotros y por ende, es merecedor de aquello que veíamos como nuestro. Tal vez la esencia de ese rezo popular resida en otro, más popular aun, “los caballeros no tenemos memoria”, lo perdido las arenas del tiempo lo cubrirán.